Emily pasa de fresca y divertida a cansina y cargante en la temporada 3 de Emily en París
La temporada 3 de Emily en París se esperaba con expectación por su legión de fans, quienes deseaban que continuara el buen tono, fresco y divertido, de las dos anteriores. Emily Cooper, interpretada por la carismática Lily Collins, a pesar de continuar navegando por las complicaciones de su vida amorosa con situaciones estrambóticas y momentos más horteras que glamourosos ha dejado de resultar refrescante y se ha convertido en chirriante. Chirrían de más los looks, chirría su sobreactuación y la falta de evolución del personaje. Ya sé que se trata de una comedia romántica ligera y que no suelen dar mucha opción al crecimiento, pero había buenos mimbres, esperanzadores mimbres. Sin embargo, a pesar del conato de liberalización con un giro «afrancesado» y libertino de su puritanismo yankee, todo se queda en un coito interruptus, lo que deja un sabor de boca amargo para quienes esperaban ver un desarrollo más profundo de la protagonista.
La parte de comedia pierde chispa, si bien Mindy Chen (Ashley Park) sigue manteniendo el listón con su carácter desenfadado y sinvergüenza, a lo que sumará registros más serios consiguiendo captar la atención hacia su triángulo amoroso con el músico, Benoît (Kevin Dias), y el magnate multimillonario, Nicolas de Léon (Paul Forman), futuro heredero de la poderosa JVMA. Así se moverá desde la segunda temporada entre el sentimentalismo bohemio lleno de momentos cómplices musicales y la capacidad de deslumbrar del dinero a espuertas del joven empresario. Arañando protagonismo capítulo a capítulo hasta robarle peligrosamente el relumbrón a la cada vez más forzada visión de la relación de Emily con Gabriel (Lucas Bravo), con ese quiero y no puedo en el que busca sostenerse la serie, pero que se está tornando manido y rociadito de clichés, repitiendo fórmulas que ya parecían agotadas en temporadas anteriores.
El guion pierde fuelle y da una sensación preocupante de falta de ideas originales. Es como si hubieran acabado el cargador de la originalidad en las dos primeras temporadas y se hayan estrellado contra su techo. Además, también está el tema del despegue del suelo en la percepción de la realidad parisina actual que dista mucho de la que muestra la serie y que hace inevitable la comparación. Ese glamour que quieren vender en todo y para todo termina estando incluso fuera de lugar. Sí, es cierto que Emily en París es una oda a la banalidad y la superficialidad en muchos aspectos, un programa turístico de altísima calidad que sabe cómo vender las bondades de la ciudad a base de exquisitos planos visuales de sus lugares pintorescos o archiconocidos, de fiestas de postín, moda y refinamiento gastronómico; pero darle un puntito de seriedad, o incluso de dramatismo, creo que se agradecería mucho, tanto por parte del espectador como de la serie en sí.
Es cierto que parece que el camino de Camille (Camille Razat) da visos de ese giro, con su nueva situación sentimental y la llegada de un embarazo que no casa con la nueva vida que esperaba su pareja, la artista griega Sofia, y que de nuevo llevará el punto de mira hacia Gabriel. Pero todo es demasiado vacío, demasiado pasar de puntillas y demasiado hacer las cosas rápido y mal. Los bandazos suelen resultar poco creíbles.
En resumen, la temporada 3 de Emily en París se siente como una versión perezosa de lo visto anteriormente, con una protagonista sobreactuada y un guion repetitivo. Para aquellos que esperaban ver una evolución en la serie, esta entrega puede ser una decepción, pero nos agarraremos a la esperanza de lo que está por venir, que recupere nuevos bríos y vuelva a conectar con el espectador.
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Antonio de Hoyos y Vinent