Hay una pared desnuda, tiene alguna grieta y más de un desconchón, seguramente lleva demasiado tiempo aguantando el enorme peso de alguna responsabilidad. Sobre ella le gusta jugar al Sol a las sombras con su cuerpo cuando comienza a anochecer, lo hace deslizándose a hurtadillas entre las lamas de la vieja persiana, se cuela poco a poco hasta acariciarla con levedad y dibujar la silueta de su divina anatomía sobre su gastada superficie. Y ella siempre está ahí, posando con esa elegancia natural, sólo para él, con el torso aún sin cubrir a causa del último cliente, brillante por el sudor y desconsolada por la desesperación, uno más bajo el pesado calor de julio. Es al Sol al único que le permite que la toque sin pagar, porque sólo él ha sabido hacerlo como merece. Y aunque yo intento estar a su altura comprendí hace demasiado que dejó de pertenecer al mundo de los hombres, que fueron demasiados los que maltrataron su piel y asfixiaron sus emociones hasta el aborrecimiento, hasta conseguir la separación astral de su alma a la mínima oportunidad. Y huye lejos, muy lejos, dejando un cuerpo inerte para ser usado, vejado o humillado al gusto del consumidor.
Desde la primera vez que la vi entendí esa fijación tan enfermiza del astro rey con su cuerpo, incluso a veces pagaba sabedor de que nunca conseguiría de ella lo que me robaba el sueño, por más que las yemas de mis dedos se esforzaran en agasajarla. Cuántas veces maldije a aquellos bastardos que provocaron esa desconexión de la realidad, que me robaron la oportunidad de que alguna vez fuera mía, realmente mía, sin actuaciones de sucia remuneración. Y a pesar de su pasión convincentemente fingida, sabía que no había nada que hacer, que me había enamorado de la puta del Sol y que éste no perdía la oportunidad de reclamar lo que era suyo a través del pesaroso ventanal. Cuántas veces me convertí en su involuntario voyeur…
Pero hoy acudo a mi cita caminando mientras pienso en ella. Ha llegado mi hora y voy más henchido de felicidad de lo habitual a mi cita con el amor, aunque sólo sea de mi parte. Hoy está nublado y cuando está nublado parece que me sonríe y noto su piel erizarse con el contacto de mi piel, y tengo la sensación de que es mi fuego el que dora su cuerpo. Y creo que me mira. Y parece que me ve. Y pienso que, por una vez, realmente le será infiel.

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Antonio de Hoyos y Vinent