Era complicado asimilar que viajaban a dos velocidades distintas. Ella deseaba que todo fuera rápido, que los días pasaran cuanto antes para que llegara el fin de semana y hacer algo emocionante con lo que su cuerpo vibrara y sentirse viva, beber o drogarse hasta perder la noción del tiempo. Él, sin embargo, hacía mucho que deseaba que no corriera, hacía años que ya había cogido demasiada velocidad y no había forma de detenerlo, por más que intentara clavar los pies en la tierra.
Llega un momento, y nos llega a todos, en el que te das cuenta que ya no quieres ir de arriba abajo por el mero hecho de decirle al mundo que has estado, por la mera conquista, por la satisfacción de marcar una muesca más, viajando sin detenerte lo suficiente en cada sitio para saborearlo en toda su esencia. Solo vale que cuente. Y, de repente, tu vida va tan rápido que apenas te enteras de que los años se han ido y que no te detuviste un solo segundo en disfrutar en condiciones ese momento especial, o feliz, y degustarlo con la calma de un enólogo. Descubres que cada sitio tiene su aroma, que cada persona merece que le dediquen su tiempo para que se muestre de verdad, que cada edificio guarda una historia y que los abuelos no son un incordio sino una fuente inagotable de experiencias y ternura; descubres que te empeñabas en recorrer el mundo sin darte cuenta de que ni siquiera conoces el lugar en el que vives.
Ella deseaba volar cuando conducía, con la música altísima y sin pensar en los riesgos; a él solo le importaba llegar para poder cuidar de los suyos. Ella deseaba que corrieran los meses para que siempre fuera verano, él solo quería que no contaran los segundos. Ella quería crecer deprisa; Él no quería envejecer pronto.
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Antonio de Hoyos y Vinent